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martes, 5 de febrero de 2013

LEYENDAS QUERÉTANAS.


LA CARAMBADA


Leonarda Emilia (nombre real de “La Carambada”) fue originaria de un pueblito de indios cercano a esta ciudad, llamado “La Punta”.  En los tiempos de Fernando Maximiliano de Habsburgo, Leonarda se enamoró de un militar imperialista, y al ser tomado prisionero su amado, acudió a todas las autoridades, incluidos Benito Zenea, gobernador de Querétaro en aquel entonces y don Benito Juárez, presidente de la República, para solicitar el perdón para su amado. Ante la negativa juró venganza y fue así como se hizo bandolera.
La fama de “La Carambada” trascendió por su agilidad para el manejo de la pistola, el machete incluso para cabalgar. Sin embargo, se dice que tuvo contacto con una yerbera que le enseñó los efectos de la veintiunilla, una hierba cuyos efectos causan la muerte de la persona que la toma justo 21 días después de ingerirla.
Nunca ha sido confirmado, pero lo cierto es que “La Carambada” tuvo un contacto con don Benito Zenea veintiun días antes de su muerte.
Asimismo , también don Benito Juárez tuvo ese encuentro con ella y murió a los 21 días. La causa de la muerte de ambos fue angina de pecho, pero se dice que fue asi como “La Carambada” culminó su venganza. 
Una noche, Vicente Otero, junto con un grupo de rurales, salió con objeto de aprehender a Leonarda, encontrándola por la hacienda de la Capilla, camino de Celaya.
Inmediatamente Otero abrió fuego sobre ella y sus compañeros, resultando herida de cinco balazos y logrando atrapar a dos de sus compañeros. El cuerpo de Leonarda fue llevado al hospital para hacerle la autopsia.
Al día siguiente se descubrió que todavía tenía vida y reanimándola, Leonarda pidió un sacerdote, a quien le confesó toda su historia, muriendo dos días después de haber recibido cinco balazos, hecho que causó una gran sensación en la ciudad.


 

LA CASA DE LA ZACATECANA

La casa número 6 de la antigua calle de la Flor Alta, la única que en esa calle tiene balcones y su vista da al sur, estuvo por muchos años abandonada por las leyendas de espantos que se decían de esa casa y que influían en los vecinos.
Por los años 50 del siglo pasado, se estableció en esta ciudad un matrimonio que decía ser de Zacatecas, cuyo varón se decía que era propietario de algunas acciones de minas en aquella región minera.
Compraron la casa mencionada,  además la restauraron y vivieron ahí junto con sus criados sin problemas.
Vestían correctamente y se les veía siempre muy unidos en los templos y paseos, al parecer muy amables. Repentinamente desapareció  el rico minero y “la zacatecana” su esposa, solía decir que había ido a su tierra a resolver ciertos asuntos mineros; pero alguien de su servidumbre refirió que una noche la zacatecana mandó asesinar a su marido y después ella mató al asesino, para después enterrar a los hombres en la casa.
Con excepción de una criada de mucha confianza, nadie tuvo el más leve indicio de aquella escena.
Transcurrió el tiempo y los rumores corrían, viendo que el marido de la zacatecana no venía, ella dijo que se habían divorciado, quedándose él en su tierra con sus familiares.
El año 59, llamado de la Aurora, por el mes de abril, amaneció en la banqueta que ve a la antigua plazuela de las Tamboras, el cuerpo de la zacatecana, acribillado a puñaladas, lo cual causó honda sensación no sólo en el barrio, sino en toda la ciudad.
Nadie supo quienes fueron los autores de tal asesinato, pues las criadas sólo declararon que la señora se retiró como de costumbre a su pieza en la parte alta y ellas dormían abajo y no sintieron ni observaron nada en el momento del acontecimiento.


LA SOMBRA DE MAXIMILIANO
En la época en que Maximiliano fue Emperador de México, estuvo prisionero por un tiempo en el Convento de La Santa Cruz  para ser fusilado en el Cerro de las Campanas.
En ese entonces el panteón que tiene la iglesia (ahora panteón de los personajes ilustres) se utilizaba para enterrar a la gente de aquella zona, el hombre encargado de cuidar este lugar se llamaba Simón, su turno comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde.
Un día mientras Simón hacia sus labores, de pronto oyó que alguien lo llamaba
-¡shht Simón!-. Él volteó pero no había nadie y después lo volvió a oír pero en el momento que volteó vio una sombra a la que no podía ver su cara.
Entonces Simón salio corriendo del panteón hacia su casa y no quiso salir de ahí hasta la mañana siguiente cuando pensó que sólo había sido su imaginación ya que se encontraba muy cansado ese día.
Cuando dieron las seis de la tarde, Simón volvió a oír que lo llamaban y al voltear vio la misma sombra a lo lejos; su primera intención fue correr, pero sus piernas no le respondían y la sombra se acercaba más y más.
Al llegar la sombra hasta Simón, ésta levanto el brazo y depositó algo en la mano del hombre, mientras que él pudo ver su mano huesuda y sin piel, pero no pudo verle el rostro, después cerró su mano, empuñando lo que el fantasma le dio y cayó desmayado.
Al día siguiente los amigos de Simón fueron a verlo ya que el cementerio estaba cerrado, cosa que les extrañó, pues él era muy puntual. Después de saltar la reja comenzaron a buscarlo y lo encontraron inconsciente sobre el pasto, de modo que lo llevaron de inmediato al hospital pero no pudieron abrir s mano que estaba cerrada en un puño.
A los tres días Simón volvió en sí y sus amigos no creyeron la historia que les contó, mas cuando le pidieron abrir su mano, Simón les mostró lo que el fantasma le había entregado.
Era un Maximiliano, una moneda de 14 quilates de oro, de la época del Emperador Maximiliano.
Tiempo después Simón se enteró de que el cuerpo de Maximiliano había estado un corto tiempo en el Templo de la Santa Cruz.
La leyenda dice que si vas al panteón del santuario a las doce de la noche, corres el riesgo de encontrarte con... la sombra de Maximiliano.

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